¿Quieres saber más de su historia?
Nací en la frontera, la #1 diría “JuanGa”, el desierto de chihuahua con más maquiladoras, narcos y burritos. Crecí en una familia tradicional en la forma pero atípica de fondo, sin religión, sin rituales “familiares” y sin otras costumbres de cajón. Tuve la fortuna de tener unos padres que me dieron la vida y la absoluta libertad para vivirla, no conocí los castigos y literal hice lo que siempre quise. Creo que funcionó, pude explorar mis curiosidades, cambiar de opinión muchas veces y crear una visión del mundo sin tantos filtros impuestos.
Así llegue a la secundaria, donde por milagro me enganché a la lectura y por accidente a la de “Rius” con su “Marx para principiantes”, pubertad + comunismo principiante solo pueden traer consecuencias graves. Terminé la secundaria con promedio de 9 pero con aprobación de -5, descubrí el fracaso del sistema educativo mientras era víctima de él al mismo tiempo, es tan terrible como escuchar a tus padres conspirar en cómo seguir haciéndote creer que santa sí existe, no sabes si fingir y seguirles el rollo con tal de seguir obteniendo regalos (títulos y diplomas) o de plano afrontar la verdad y renunciar a la idea de que santa existe y a los regalos de por vida. Renuncié. Con más dudas que certezas pero con la rebeldía y frustración como motor, fui queriendo “saber más” y eso solo se podía fuera de las aulas, pues ahí no hay más, ahí solo hay “lo que es” y eso era lo único que estaba seguro de no querer.
Pase del ateísmo radical hasta los rituales ancestrales del camino rojo y de regreso, tuve la fortuna de viajar y trabajar en distintas áreas, hasta que sucedió lo que sin saberlo definiría mi camino los últimos 10 años. Fui director de un programa estatal juvenil de “ecología”, hasta que entendí que hacíamos todo, menos ayudar al medio ambiente y que la principal causa y solución tenía que ver con: la manera en que comemos. Ahí comenzó mi relación con la comida como tema central de los últimos años de mi vida.
En 2009 conocí a un tal Donnato de la O, curandero y hablador (autonombrado) que había levantado de la silla de ruedas a mi abuela paterna con hierbas, que hablaba de “regeneración celular” y de “trofología”. Un par de años después sin imaginarlo éramos básicamente roomies. Trabajar con un viejo de 80 años como él no fue nada fácil, representaba una amenaza constante para darme cuenta de que todo lo que había aprendido sobre la salud (y la vida) era falso, que había esperanza de llegar a los 80 y seguir gozando la vida como a los 20, subiendo montañas y saltando en cascadas.
Doctor en filosofía y caminante de profesión, fue de los primeros en hablar (hace 40 años) de la relación tan directa que tiene la nutrición y la epidemia de enfermedades crónicas, así como hacer una propuesta nutricional materializada (tratamiento) para tratarlas y en muchos casos revertirlas.
Así aprendí que la clave para la salud era muy compleja pero que la alimentación era una pista crucial. Pasé los últimos 10 años estudiando sobre el tema, muchos autores, del científico al curandero, del producto milagro al fracaso de producto, cambiando de opinión y emprendiendo proyectos relacionados con la comida y la nutrición.
En el camino encontré a falsos gurús y grandes maestros, los dos fundamentales para poder nadar en ese océano inmenso de información en el que vivimos, donde a veces un meme dice más verdades que una teoría entera de un charlatán. Y si bien la verdad es relativa, demostrar algo como falso es acercarnos a ella, esa fue la razón de voltear a ver a la ciencia como una herramienta esencial para la nutrición y la salud. Tuve y tengo la fortuna de conocer a grandes profesionales de la salud y la nutrición que están cambiando las reglas del juego, que su labor es una protesta en sí misma contra un entorno tóxico y un sistema ineficiente.
No es fácil ir en contra de la cultura, peor aún cuando esa cultura es fuente de placer y pretexto para la diversión, donde comer sano es una amenaza comercial para las industrias. Hablar de alimentación es tan controversial como la política pero es necesario hacerlo, de lo contrario, seguiremos perpetuando la crisis de salud que estamos viviendo, aún teniendo 3 veces al día en cada comida, la oportunidad para cambiar la realidad que vivimos y mejorarla.
Habiendo entendido esto, decidí dedicar mi tiempo al tema, conversar y reflexionar sobre la alimentación y la salud en general, debatir y contrastar ideas. Pero no fue tan simple, recorrí el país compartiendo ideas que iban en contra del placer y la educación de la mayoría que me escuchaban en las conferencias, “comer como conejo” no era aspiracional ni “tendencia” y sacar los trapos al sol de nuestro consumismo tampoco. La buena noticia es que hubo quienes resonaron, dudaron y encontraron respuestas.
Es reconfortante ver como cada vez más las personas voltean a ver su plato, cuestionan la calidad de lo que se comen, de dónde viene, quién y cómo se produjo y que incluso algunos se niegan a consumirlos como protesta para que esas prácticas cambien. Ver a personas que recuperaron su salud gracias a que cambiaron su manera de alimentarse. Hoy mi labor es seguir aprendiendo y compartiendo las experiencias que nos pueden traer un bien, a nuestra salud y nuestra vida.
El camino es largo pero confío en que podremos encontrar nuevas formas y propuestas que garanticen la justicia alimentaria, que todos podamos tener alimento de calidad y comercio justo en nuestra mesa. Que nuestra alimentación se integre al ciclo de la naturaleza y no siga destruyéndola. Que reconozcamos y dignifiquemos a quienes nos han dado de comer y cuidan de la tierra.
Solo así podremos “comer” para salvar al mundo.